Piérdete, sumérgete en un vaivén de palabras que quizás ninguno de los dos entendamos. Sal. Y desde fuera, psicoanalízate. Mira qué ha cambiado. Si la respuesta es nada... me congratula.

martes, 13 de mayo de 2008

Alergias...

Aún recuerdo aquella época (no tan lejana) en que mi mesita de noche estaba compuesta por una lámpara de lectura, un cajón en el que guardaba recordatorios de Comunión (incluído el mío) y alguna que otra carta que jamás envié. Encima de ella, libros de Manolito Gafotas y el Barco de Vapor esperaban a ser abiertos en los breves espacios que mediaban entre acostarme y quedarme dormida.
El tiempo transcurrido entre mi infantil mesita de noche y la de hoy en día (una butaca de Ikea con miles de trastos encima) ha pasado como un suspiro. Y sin darme cuenta he cambiado los libros de Elvira Lindo por ensayos de lectura obligatoria, crónicas de mil doscientas hojas sobre la Posguerra y revistas de Glamour desde hace un año.

Nunca antes me había planteado la vida de este modo pero, sin ánimo de que se convierta en una teoría científica, me atreveré a decir que es como un estornudo:
Comienza con un ligero picor de nariz, el despertar de la infancia, que prepara al organismo para lo que vendrá después. Los ojos se van cerrando poco a poco, de manera gradual pero casi instantánea, para no expulsarlos cuando llegue el "aatchís" con un golpe seco. La concentración se dirige únicamente al punto álgido, al estornudo en sí, que hay que evitar cortar a toda cosa. Y es que no hay peor sufrimiento que un estornudo a medias; no hay peor sufrimiento que una infancia truncada.

Si los primeros pasos se han dado de manera correcta llega la juventud, ese momento en que la boca se abre, los pulmones se hinchan y la mano se dirige a la cara para no bañar a cualquier desafortunado viandante que se sitúe en el punto de mira. En mi caso, aprieto con fuerza la nariz y estornudo "para adentro", tragándomelo. No me gustan los escándalos ni siquiera en estos casos. El gesto mano-cara es breve, como la vida en sí, pero se mantiene hasta el final. Guarda paralelismo con la obsesión a lo largo de nuestros días por guardar las formas, intentar ser precavidos y cautelosos.

Después, la madurez. El momento de plenitud, donde todo el precalentamiento anterior se hace efectivo. Libertad, independencia, desahogo, éxtasis. Va acompañado por un ruido, con forma sumamente dispar dependiendo de quien lo realice. "Chís", "chús", "aish", "aj"... Casados, solteros, sin hijos, con cinco, en paro, estresados... miles de maneras de llevar a cabo el punto en que la vida está destinada no más que al retroceso.

El retroceso, por tanto, es el fin del estornudo. Hay quien se suena, a quien le vuelve a picar la nariz o quien vuelve a estornudar de nuevo. Eso depende, por supuesto, de la persona. Pero llega un momento en que todo acaba, en que nos quedamos con ganas de más o que nos sentimos perfectamente satisfechos. Pero acaba.

Y cuando esto ocurre, no queda otra que pensar lo bien que hemos estornudado. Lo breve que ha sido. Pero lo bien que hemos vivido.



Aaaatchís fugaz...



Anécdota del breve día:



Mis apuntes desprenden luces de neón, que me transportan a aquella época en la que salía por las noches. Viernes, ¿dónde te escondes?





Bye bye, honey...*

2 comentarios:

Anónimo dijo...

El primer texto de tu blog me parece espectacular. Escribes tan diferente que consigues sorprender. Esto no es que seaun halago, ni un cumplido, porque de hecho, creo que ni siquiera te conozco. Sea como sea, gracias por sorprenderme.

Felicidades por tu blog!!

Anónimo dijo...

Hola:

Yo no sabría si quedarme con los libros de doña Elvira o con las revistas de "glamour" :)

¿La vida como un estornudo? Tiene sentido. Yo no lo corto: me cubro con las palmas de las manos. Así es mi vida :)

¿Viernes? En manos de los "caníbales de botellón".

Saludos.