Piérdete, sumérgete en un vaivén de palabras que quizás ninguno de los dos entendamos. Sal. Y desde fuera, psicoanalízate. Mira qué ha cambiado. Si la respuesta es nada... me congratula.

jueves, 8 de mayo de 2008

Escribo, escribo...

Hará un mes tuve una de estas "crisis existenciales" de las que tanto había oido hablar. Me vi escribiendo a las tantas de la madrugada, con los ojos depositados en el portatil y un sueño del carajo. Y no podía dejar de hacerlo, no hasta que terminase el artículo que me había propuesto hacer. Y me costaba mucho mantenerme despierta, las palabras se atascaban en mi cabeza y me sentía incapaz de hacerlas fluir hasta llegar a mis dedos. Pero no me quería acostar, no hasta que terminase.

Cuantos más minutos transcurrían más lejos veía ese punto y final que concluye un texto y te da la oportunidad de pasar al siguiente, y se acercaba peligrosamente el momento en que el despertador me gritase, cruelmente, que ya eran las seis y media de la mañana. Pero no quería dejarlo, no hasta que terminase.

Lo terminé, claro que sí. Pero tan sólo quedaban tres horas para tener que salir de la cama y entrar en la rutina a la que llamamos día. Y al leerlo por la mañana, la sucesión de palabras era tan sumamente absurda que tuve que borrar los tres últimos párrafos y reescribir algo con sentido. Entonces me sentí adicta, encanchada, con una fuerte dependencia a una droga: la escritura.

¿Droga blanda? Sospechoso término para hablar de algo que te quita el sueño. ¿Inofensiva? Mis ojeras no opinan lo mismo. Y, sin embargo, me gusta; tiene ese "nosequé" que me ata, me desahoga y logra que sea lo primero en lo que pienso cuando tengo algo que contar.

"The pen is stronger than the knife". He experimentado muchas veces la sensación de morir al cerrar un buen libro, de llorar porque se acaba o porque no me gusta como acaba. Me recreo, en ocasiones, leyendo textos que escribí hace años, y de este modo hago un viaje al pasado, llegando a saber con precisión cómo era, qué ha cambiado y cómo me sentía en aquel momento. Es una forma de inventar un mundo en el que es complicado distinguir realidad y ficción, unido a éste a través de las palabras, y en el que puedo decidir quedarme o sencillamente huir.

La escritura huele a Constituciones en las que se defiende la libertad de expresión, a resoluciones que dictan penas de muerte, a cartas de amor y esquelas, a confesiones inconfesables y secretos que terminarían quemados en cualquier chimenea. Huele a dimisiones, cartas de despido, notas infantiles en medio de clase de mates, un "te quiero" en boli Bic, o un "no quiero verte más" en lápiz Alpino que podría borrar con goma Milán.

Escribir es eso, arrancarme palabras de yo qué se donde, hacerlas bailar y jugar con ellas hasta que, finalmente, lo leo y me veo en el texto. Me veo reflejada, veo lo que era antes de empezar a traducir sentimientos. Y noto que me falta algo, que con suerte podré conservar en un pedazo de papel. Y da igual cómo sea éste: arrugado, pequeño, grande... ¡qué de cosas se pueden decir en un trozo de revista arrancado con saña! ¿Recuerdas?

Es una prolongación de mi cuerpo, uno más, un pilar del que espero no tener que prescindir nunca. Mi amiga, la que hace lo que yo digo y dice lo que yo hago. Obediente, sumisa, y en ocasiones irreverente. Silenciosa, discreta, pequeña, gigante... Única.


Y como reza el lema del Singstar: "practicando se llega a la perfección". Leo a los grandes y me siento transparente. David contra Goliat. Pero es bonito aprender de quien ya experimentó esto. Humildad, admiración y profundo respeto.



Anécdota del día:



Bolonia en la tele. Manipulación informativa y pasotismo televisivo. Próxima parada: mesa de estudio.





Bye bye, honey...*

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola:

Escribes, escribes... y esa adicción tan tuya desvela sentimientos difíciles de plasmar. Para identificarte con David, has elegido un tema tan grande como Goliath: la reflexión sobre el hecho de escribir.

Ya estás en el camino de la perfección que, pese a Singstar, no habremos de acabar.

Saludos.