Piérdete, sumérgete en un vaivén de palabras que quizás ninguno de los dos entendamos. Sal. Y desde fuera, psicoanalízate. Mira qué ha cambiado. Si la respuesta es nada... me congratula.

viernes, 11 de julio de 2008

Pican pican los mosquitos, pican con gran disimulo...

Yo soy de pesetas. Sí, de pesetas, las moneditas que me acompañaron durante toda mi infancia. Los euros no me desagradan, e incluso soy de las que piensan que cuantos más mejor... pero las pesetas eran otra cosa. Mil pelas era un pastón, y gastármelas de golpe en un collar de cuentas de cristal fue sin duda una experiencia inolvidable. Con cien pesetas mi madre tomaba café. Y ahora que soy yo quien lo tomo tengo que soltar, con dolor, un euro con diez tirando por lo bajo. ¡Qué hastío, me cachis en la mar!

La moneda de veinticinco, de la que aún guardo un ejemplar, tenía más usos que una navaja suiza. La utilizaba como tope en la cuerda de mi peonza, y si te la robaban dolía por el juguete, no por su valor. Si te picaba un mosquito, de estos que dejan mella, mi vecina se empeñaba en incrustarme el agujerito del entrañable donuts monetario en la herida. "Verás que bien, que te saldrá todo el veneno".

Me acuerdo de todo esto porque, desde ayer, tengo tres tobillos: el izquierdo, el derecho, y un bultito adicional ocasionado por un bicho volador con muy mala leche. Y no encuentro mi moneda de veinticinco para ver si es verdad lo que me contaban de pequeña. No tengo After Bite y mis dedos se deslizan con rabia una y otra vez sobre la picadura, que amenaza con estallar de manera peligrosa. Pero más peligroso aún es calzarme. Me duele horrores.

Es por todo esto que pienso que la vida es relativamente complicada en verano. En invierno también, claro, pero cuando el calor aprieta me veo obligada a lidiar con arañas, avispas, caracoles (malditos vagos...), mosquitos, escarabajos peloteros, lombrices, turistas borrachos y monstruos marinos que me quieren picar el culo en el inútil intento de subirme a un velomar. ¡Qué anécdota más graciosa! Y es que irme de vacaciones me ocasiona, con todos sus síntomas, diarrea verbal. Me paso horas y horas contando, tras los reencuentros, todas y cada una de las cosas que me han llamado la atención. Y las hay absurdas o realmente sorprendentes, pero siempre doy con un par de oídos dispuestos a escucharme. Me gusta volver, pero no para quedarme. Me mantiene viva pensar que tras este viaje vendrá otro. Y de nuevo la incontinencia. Y tras ese otro, alguno más. Y que vuelvan las sensaciones que más tarde podré escribir, contar o sencillamente almacenar en la cajita de recuerdos veraniegos.


De los últimos diez días me quedo con la tarjeta de embarque, una piel tostada que no cambio por nada, una mochila llena de granitos de arena y mi picadura, que quizás le termine cogiendo cariño. Y, cómo no, me traigo ganas de volver.



Bye bye, honey...*

1 comentario:

Anónimo dijo...

Hola:

Me alegro de tu vuelta. No son muchos los sitios donde se escribe bien y con gracia.

Durante este tiempo, he retomado mi blog. He optado por la suma brevedad del haiku; aunque, de momento, son las fotografías (de otros) las únicas que merecen comentarios. C'est la vie!

Saludos.